Tanta gente, Mariana by Maria Judite de Carvalho

Tanta gente, Mariana by Maria Judite de Carvalho

autor:Maria Judite de Carvalho [Carvalho, Maria Judite de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1959-01-01T00:00:00+00:00


LA ABUELA CNDIDA

Era uno de esos días en que todo le salía mal. Un día amargo, inútil, irritante, insoslayable (¡qué aburrido era tener que vivir por fuerza días así, no poder cerrarlos, descartarlos, como se hace con los libros sin interés!). El tiempo se eternizaba, de vez en cuando parecía vacilar, detenerse a ratos en el reloj de pulsera, y Clara lo sacudía, muy irritada. «Ojalá pudiera hibernar como un animal», pensó. Colgarse por los pies o envolverse en sí misma (envolverse era más cómodo), olvidarse de todo y despertar unos meses más vieja. Despertar vieja sería lo ideal. No un poco avejentada, con unas cuantas canas y arrugas que hubiera que disimular con cremas adecuadas y fonds de teint muy espesos. No. Lo que ella quería era despertar vieja del todo, vieja como la abuela Cândida, vieja sin remisión. Qué bonito poder ser ella por fin, natural aunque fuera por poco tiempo, sin mentiras. No fingirse mayor, como antes, ni más joven, como le ocurría ahora, ni mostrarse más inteligente ni más boba según hablase con éste o con aquél, ni fingir que algo le gustaba o le dejaba de gustar. Tal vez los ancianos y los niños fueran más auténticos por encontrarse más cerca de la nada… Los que llegan y los que se van… Los que llegan. ¡Jolín! Ya había escrito eso en el anuncio de leche Vitoria, que es la victoria de la leche en polvo. Otro folio inservible, porque al jefe no le gustaban los tachones. Así llevaba desde la mañana. La primera tarea que había ejecutado ya le había salido mal (se había hecho un siete en la blusa nueva, al vestirse), y desde entonces no había hecho más que ir al encuentro de los desastres y, lo peor de todo, siendo consciente de que iba buscándolos. Había cruzado las piernas con más ímpetu de la cuenta y, hala, las medias se habían estropeado, y ella sin dinero para comprarse otras. ¡Qué lejos quedaba aún el final del mes! También estaba el tacón del zapato, del par más arreglado que tenía y que sólo se ponía cuando salía por las noches o cuando iba a ver a la familia, delante de la cual le gustaba aparentar una relativa prosperidad, y que con las prisas, por no llegar tarde a la oficina, había metido entre las tablillas del tranvía, aquellas tablillas odiosas, hechas aposta para enganchar tacones de zapatos, y que se había desprendido casi por completo, y se balanceaba un poco, de acá para allá. Estaban esas cosas y, detrás de todo ello, un hombre del que estaba muy enamorada y que iba a casarse. Pero en eso prefería no pensar. ¿Qué ganaba pensando en esas cosas? La papelera estaba a rebosar porque no había parado de acumular equivocaciones durante toda la mañana y toda la tarde. Le apetecía romper la máquina, romper la mesa, romper los ojos muy oscuros, atrevidos, melosos, de Alda, que de vez en cuando se posaban sobre ella derramando amor no correspondido y muchísimo sentimiento.



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